A lo largo de nuestra vida nos encontramos con diferentes situaciones que nos forman como personas. Algunas buenas, otras no tanto, pero en general son situaciones que se nos presentan para estructurar nuestra personalidad y para ratificar nuestro carácter.

Entonces cuando presenciamos un caso cercano de un familiar enfermo de gravedad, o un amigo gravemente accidentado, y ponemos a que el escepticismo defina la veracidad de este precepto en cuestión, y al parecer no es la mejor solución; ya que lo “único” que importa en ese momento es salvarle su vida, nada más.

Pero desafortunadamente, o diría yo, afortunadamente, es un evento del cual nuestro proceder se delimita, y en estas ocasiones el obrar del hombre se siente impotente cuando se desconoce la desembocadura de tal enfermedad o aquel accidente. Se pasa ahora del escepticismo a la incertidumbre, donde en ciertos casos, el resultado no es el más gratificante para ninguno, y la respuesta para estos eventos indeseados conducen al ahogo eterno de toda esperanza frente a una posibilidad de vida.

Aquí, perdemos al ser por el que tanto habíamos orado, o por el que tanto habíamos pedido perdón - porque desafortunadamente, hacen falta estos momentos para arrepentirnos de cosas -, o por el que tanto habíamos llorado, y que ahora solo podemos tenerlo en cuerpo, más no en alma en armonía con este. Para muchos, todo termina aquí, con lágrimas y desaires, se despiden de su ser querido bajo el culto tradicional de abandono del último resto terrenal, derramando sobre el una lluvia de pétalos combinados con lágrimas, y que será finalmente cubierto bajo las toneladas de tristeza que sobre un solemne llanto, descargarán con susurros de arrepentimientos. Pero, ¿por qué no nos detenemos antes que el “culto tradicional” inicie, y dejamos a un lado las renegaciones de esa enfermedad, o el odio por este conductor que arrolló a nuestro ser, o las mismas supersticiones que acompañan a este culto, y observamos alrededor para mitigar nuestro dolor con aires de empatía? ¿Por qué no somos consientes de evitar sufrimientos a muchas personas que atraviesan por situaciones similares, y que en nuestras manos pueda estar el salvar una vida y aliviar muchas otras? ¿Por qué no regalamos un pedacito de nuestro ser querido que se ha desprendido de su cuerpo aún con vida? Con vida porque, aunque no es precisamente la de él manifestada en su cuerpo, es un recuerdo que puede avivar la sonrisa de varios que necesitan esta parte de él; esta parte que ayuda a bombearle esperanza a su familia, esta parte que puede ayudarle a respirar algo de amor, esta parte que puede regular los líquidos tóxicos del egoísmo e indiferencia, esta parte que puede segregar la hormona que regula los excesos de intolerancia y las vehemencias.

Seamos consientes que aún fallecidos, podemos contribuir a salvarle la vida a alguien, donándoles alguno de nuestros órganos y/o tejidos para que puedan gozar aún más de la Creación. Seamos empaticos y solidarios con el mundo.

En Colombia, podemos formalizar esta decisión a través de este enlace:




Fuentes:
Corazón
Manos Unidas

Etiquetas: Cultura